viernes, 25 de febrero de 2011

Contextos intempestivos

Esta tregua de 2011, como cada tregua, aparece en un contexto diferente. Aunque históricamente el conflicto vasco ha sido bastante refractario a influencias externas, poco a poco, la deriva de su propio agotamiento le ha obligado a abrirse al flujo global. En estos momentos, el conflicto vasco, caracterizado por su ensimismamiento, es más poroso que nunca a los conflictos de otro orden político, económico, social y cultural que, aunque todavía no sean directamente determinantes, sí serán factores a tener en cuenta en una solución que veremos como el surgimiento de un nuevo contexto de contextos.

Propongo brevemente algunos de los que me parecen más significativos.


Contexto 1: La violencia en el primer mundo.

Después de la irrupción de Al-Qaeda, del 11-S al 11-M, la violencia política de baja intensidad o a pequeña escala ha perdido todo sentido político. La violencia ‘terrorista’ se ha convertido, como la denomina Sayak Valencia en “Capitalismo gore”, en un gag político-teatral. Su valor político (no su dolor ni sus consecuencias personales, tan reales e intransferibles como siempre) ha quedado reducido a la insignificancia mediática. En este aspecto, cualquier táctica imaginativa y noviolenta resulta más eficaz.


Contexto 2: La cultura de paz como industria cultural.

La candidatura de Donostia como capital europea de la cultura 2016, más allá de si triunfa o no, puede suponer una revolución cultural: trasmutar la violencia de baldón mediático y económico en atractor turístico-cultural. Una apuesta arriesgada que bien llevada puede contribuir a engrasar el proceso de paz y a crear un nuevo imaginario vasco, pero que corre el peligro de morir de éxito y caer en la banalidad, la retórica, el espectáculo y la comercialidad de la marca…


Contexto 3: La crisis redefine el conflicto vasco.

Aunque aparentemente la crisis nos afecte menos a los vascos, sufriremos el impacto de sus consecuencias a medio y largo plazo, como el paro de los jóvenes y la situación de los migrantes y, especialmente, el desmantelamiento del estado del bienestar, como la reciente reforma de las pensiones. Se avecina una época de intensas luchas sociales que va a redefinir este viejo conflicto nacional(ista) en términos económicos.


Contexto 4: La guerra por las redes.

El conflicto vasco nació en la era analógica y ha llegado hasta la era digital. Este es el nuevo escenario de la información y del conocimiento, de la cultura libre y de la reconquista del procomún. Una batalla política encabezada por una retaguardia de airadas ‘multitudes inteligentes’ que se rebelan, como en el Magreb, por twitter y facebook, de Wikileaks y Anonymous contra el Imperio o de los internautas, esa ‘vanguardia leninista de los colegas de Mad Max’ (Savater dixit), contra el liberalismo...


Esta ha sido la primera tregua vivida sin entusiasmo. Después del fiasco del atentado de la T4, cualquier tregua habría de ser recibida, obviamente, con cierto alivio pero sin atisbo de entusiasmo, como el inicio de un largo proceso, lleno de obstáculos y vaivenes, en una sociedad resabiada y reticente a la esperanza. Esto tiene un aspecto positivo: nos ofrece un escenario de trabajo más riguroso, de diálogo y negociación progresiva y profesionalizada, conducida por interlocutores y agentes experimentados. El aspecto negativo sin embargo es que este enfoque supone un mayor repliegue de una sociedad civil que permanece a la expectativa pero que, si se deja dominar por el inmovilismo, puede tardar demasiado en sumarse al proceso social paralelo y tan necesario como el político para culminar una solución válida y duradera.

Y la solución… no va a ser ya la llegada de la paz sino, como señalamos, un nuevo contexto de contextos -contextos intempestivos que giran en torno a nuevos conflictos-, esto es, la transformación del conflicto vasco hacia otro orden glocal, del que esperamos haya desaparecido definitivamente, al menos, el factor anacrónico de la violencia armada.


Iñaki Arzoz


viernes, 4 de febrero de 2011

REHENES

Videoinstalación de Willie Doherty en Iruñea


Willie Doherty muestra en “Unfinished” una impecable videoinstalación y una serie fotográfica sobre la experiencia de un secuestrado. El arte honesto del irlandés puede ayudar al arte vasco a reflexionar sobre la violencia política y su contribución a la resolución del conflicto vasco. En la galería Moisés Pérez de Albeniz, hasta el 5 de febrero.


Iñaki ARZOZ


Unfinished” (Sin terminar) la sobria videoinstalación que Willie Doherty (Derry, 1959) presenta en Iruñea pertenece a la más noble expresión de esta ya veterana disciplina que llamamos videoarte. Primero, porque, a diferencia de la gran mayoría de videoartistas de las últimas hornadas, Doherty ‘tiene algo que contar’. Segundo, porque utiliza la manera más apropiada -la más honesta- para contarlo.

La investigación sobre la violencia política que Doherty (quien asistiera en su ciudad natal al tristemente celebre “Bloody Sunday”) inició en los 90, ha ido depurándose hasta encontrar la manera de interpelar ‘reflexivamente’ al espectador. Estilizando poéticamente un material muy apto para la demagogia o el falso dramatismo ha conseguido que captemos la esencia de la dura experiencia de un secuestrado y al tiempo, obtener una mirada que conmueve nuestra conciencia.

La videoinstalación se compone de dos proyecciones simultáneas que muestran un garaje vacío -el supuesto lugar del secuestro- y el rostro de un personaje anónimo que con voz grave, va desgranando la historia de su secuestro y de los pensamientos y sueños que le asaltan durante su cautiverio. La videoinstalación se complementa con una serie de nueve fotografías “Out of Body” de nubes y del mar que muestran las sensaciones internas del rehén, con títulos tan expresivos como “Buried Alive”, “Decomposed”, “Haunted”, “Obvilion”, etc. El contraste entre la oscura realidad de la videoinstalación y la azulada vaguedad de las fotografías resulta, bien leído, aterrador. No obstante, la fuerza del conjunto sigue residiendo en el vídeo del narrador anónimo que recita un monólogo, fórmula que Doherty ya ensayó en otra pieza de video mostrada en esta misma galería en 2004. La fuerza de una despojada puesta en escena, apoyada en un rudo rostro y una oralidad que con descarnada precisión nos introduce en una experiencia límite, resulta insuperable. Doherty ha sabido transfigurar al bardo irlandés en poderoso icono parlante de la más frágil humanidad: la esperanza de libertad frente a la consciencia de la muerte. Así acaba: “Una y otra vez vi mi cuerpo sin vida arrojado en una tumba. Magullado. Sangriento. Decapitado.”

No obstante, Doherty no pretende ser un moralista. La pieza está inspirada en el secuestro de un miembro del IRA por antiguos compañeros del IRA auténtico. Podía haber elegido cualquier otro secuestro de fuerzas parapoliciales o la dura experiencia de cualquier encarcelamiento, pero con esta simple elección nos está hablando de lo que podemos llegar a ser capaces de hacer en nuestra propia comunidad. Finalmente, Doherty tampoco quiere erigirse en juez, y deja al espectador tan desnudo como al rehén, para que observe, para que sienta, para que reflexione…

De la misma manera que el protagonista del vídeo es rehén de sus captores y de sus ilusiones, los espectadores también somos con frecuencia rehenes de la manipulación informativa y, en el ámbito del arte, de la búsqueda de una simulación capaz de provocar la catarsis. En 2004, el artista navarro Miguel Pueyo, en su instalación de Ciudadela titulada “Zulo” nos invitaba a compartir por unos minutos la angustia (¿o la sensación de absurdo?) de un secuestrado, atrapándonos en un cubículo preparado al efecto. ¿Es esta la vía más eficaz para trasmitir la experiencia del rehén?, ¿Más que la videoinstalación de Doherty?, ¿Nos conduce a la necesaria reflexión sobre lo humano, la violencia y el arte? Lo dudamos; la experiencia del rehén, aun basada en elementos reales o escenarios realistas resulta, a la postre, intransferible, incluso para el propio rehén. Pero lo que sí puede el arte es, desde el honesto artificio, conmovernos hasta el punto de inducirnos a una reflexión de madurez política sobre los efectos de la violencia política. Doherty propone “una forma más avanzada y más abierta de pensar ese conflicto y su resolución”. Qué duda cabe que a través del arte contemporáneo también se puede contribuir a caminar en esa dirección. Para ello tenemos que someternos a una cura de la espectacularización estética de la violencia para, a través de la reflexión, derivar en el artivismo, paralelo del activismo que muchos colectivos de nuestra tierra ya practican, por ejemplo, como recuperación integral de la memoria ‘secuestrada’ de todas las víctimas. Aquello artistas vascos que se acerquen a nuestro propio conflicto debieran alejarse de cierto diletantismo acerca de la violencia y de su sugerente imaginería y aprender del arte impecable de Doherty. Solo desde un enfoque similar el arte vasco evitará caer en ciertos subproductos interesados en explotarla como atractivo turístico o reclamo electoral y aportará su granito de arena a una cultura de paz.

Por otra parte, la galería presenta “Segura”, vídeo sobre este río valenciano, filmado bajo el puente de la autopista, convertido en refugio de inmigrantes y mendigos y en sumidero de deshechos. La plasticidad de la fotografía de este desolado micromundo no esconde sin embargo la miseria y la degradación del río más contaminado del Estado. Esta pieza, presentada en Manifiesta 8, evidencia que la obra de Doherty no se agota en el discurso de la violencia y que se abre, con igual fuerza, hacia otras temáticas.

Willie Doherty: videoarte puro y duro.