Exposición sobre la situación de los mayores en Iruñea
La figura de nuestros mayores es la protagonista de una visión crítica desde el arte contemporáneo en “El tiempo de los mayores”. A partir de la propuesta del Observatorio del Mayor de Nafarroa, artistas de varias generaciones interpretan en clave personal y social la situación de un colectivo todavía excluido. En Ciudadela hasta el 12 de diciembre.
Iñaki ARZOZ
¿Hay un espacio entre las exposiciones de arte contemporáneo y las exposiciones como cuestaciones solidarias? Esta muestra, en la que 15 artistas han aceptado la propuesta del Observatorio del mayor de Nafarroa de ofrecer su visión crítica sobre la situación de los ancianos parece demostrar, al menos, que es un vía digna de explorar. En conjunto, la muestra, en la que reina una saludable diversidad de estilos y enfoques, se queda a medio camino entre la aportación personal y el compromiso social. No vamos a exigir que el artista se convierta en sociólogo o trabajador social y que llegue a conocer en profundidad las zonas de sombra en la vida de nuestros ancianos. Pero, hemos de reconocer, que en general hay todavía una carencia en nuestro arte contemporáneo de conciencia social y de proyectos capaces de sondear, estética y políticamente, nuestro entorno y, particularmente, temáticas como la de la tercera edad, consideradas todavía poco artísticas. Muestras recientes como “El don de la vida” (La Panera, 2008) o “La ciudad jubilada” (CCCB, 2008), todavía suenan por estos pagos a oenegismo buenista, mas que a arte contemporáneo. No obstante, a falta de discursos estéticos, los artistas han utilizado eficazmente la mejor de las herramientas de que disponen para aproximarse al mundo de los ancianos: su propia experiencia. Cada artista se ha inspirado en algún aspecto vital y familiar -la presencia de los padres o abuelos ha sido recurrente- para imbricarlo en su propia obra. En la selección de los artistas hay también una deliberada presencia de diferentes generaciones, que marca los temas y, sobre todo, la utilización de diferentes códigos estéticos.
La muestra cuenta con la presencia de dos representantes de la llamada Escuela de Pamplona. Así, Xabier Morrás en “Hijos de la tierra (Homenaje a Pablo Antoñana)” compone para la ocasión un gran collage de siluetas figurativas de su serie “Euzkadi”, que nos hablan del ocaso de la cultura rural. Por su parte, Pedro Osés en “Residencia” construye una socarrona escena de cómic tridimensional, sobre los sueños de huida de los asilos.
En la siguiente generación, Xabier Idoate en “Entramado”, imagen digital sobre papel, revela que bajo una escena urbana brota la trama del campo. Angela Moreno recupera una obra emblemática, “Mujeres sobre blanco”, en la que cinco ancianas en bañador muestran la alegría de su condición. Teresa Sabaté, en “Amancia” dibuja, bordándolas sobre loneta, veintidós (anti)heroicas escenas cotidianas de la vida de su madre.
La generación más joven, excepto por el impresionante dibujo desvaído de Josemi Corral “Menos abuela”, una lección sobre la pérdida del recuerdo, apuesta por otros códigos formales. Patxi Aldunate en “Transgenikoak”, instalando una vieja máquina de desgranar maíz, evoca el gozo por la riqueza material en el trabajo de nuestros mayores. Patxi Alda en su vídeo-acción conceptual “El vaso está medio vacío” nos acerca al ambiguo universo informativo de los fármacos antidepresivos. Alex Carrascosa enfrenta en “Bi Ahizpa” a dos gigantas de la memoria histórica -la roja y la azul-, cuyas tripas se convierten en cabinas para reflexionar sobre el origen de la guerra civil. Alfredo Murillo con su austera instalación “Baratza” nos aproxima a la desaparición de los huertos urbanos, como reducto de una serena forma de vida. Verónica Eguaras y Myriam Cameros nos presentan el vídeo de animación “Al borde”, donde descubren la secreta libertad de la vida de una mujer. Mikel Mendibil Ainzua nos trae el cálido aliento de ‘el otro’ en “Sahara” y, junto con su madre Margari Ainzua, cuelga “¿”, enigmática bufanda-horca como interrogación sobre la soledad y el suicidio. María Jiménez Moreno en “Ausencia”, gran retrato a ganchillo de una anciana que va deshilachando a lo largo de la muestra, nos habla de los mecanismos del recuerdo. Finalmente, Jone Arzoz, benjamina de la muestra, en “La vieja guardia”, gran mural fotográfico de retratos de viejos luchadores y supervivientes, homenajea a la fidelidad y el compromiso de los mayores. La muestra se complementa con un par de murales colectivos, “El color del tiempo” y “Los 90”, de adultos y niños respectivamente, como socialización de la propuesta. Entre la nostalgia, el humor y la crítica social la muestra retrata un tiempo de los mayores lleno de cambios y amenazas, que ha servido también a los artistas para reflexionar sobre su propio futuro.
Tras décadas de cierta abstracción políticamente comprometida, el arte de vocación social sigue siendo la asignatura pendiente del arte vasco. El espacio entre arte relacional y artivismo, aparte de iniciativas como Amasté, sigue siendo el gran ausente de nuestro panorama y solo asoma en iniciativas puntuales como esta. No obstante, confiamos en que aquellos jóvenes artistas que empiezan a viajar con mirada de etnógrafos sociales, también se interesen por su entorno inmediato y sus problemas. Solo esperamos no caer en el extremo contrario -lo social como ‘tendencia’- y que, como ocurre con el cine sobre el drama del alzheimer, no acabemos generando otra moda.
El tiempo de los mayores, con su oportunidad social y su precariedad política, nos obliga a reflexionar no solo sobre los mayores sino sobre el arte contemporáneo, ese anciano que se quiere siempre joven…
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