La nueva condición del ‘trabajo’ como tema del arte contemporáneo y como problema vital para los propios creadores; esta es la cuestión candente en tiempos de crisis económica y la apuesta tentativa que aborda la muestra “Intervenciones: trabajo" a través de la mirada de siete artistas jóvenes en el Kulturgune de Berriozar, hasta el 28 de Junio.
Antes de que nos alcanzara la crisis, ya desde finales del siglo XX, el trabajo era un concepto en crisis y transformación. Pero para los creadores también se había convertido en una realidad nueva que les obliga a preguntarse si un creador es también, en todos los sentidos, un ‘trabajador’. El artista como parte de la nueva ‘clase creativa’ (Richard Florida) o, cada vez más, como parte del ‘cognitaridado’ (Franco Berardi). En cualquier caso, el artista contemporáneo sigue constituyendo el sector más desregularizado de nuestra sociedad y, salvo contadas excepciones, de los más precarizados. El artista atrapado un perverso ciclo económico, entre la indigencia y la prostitución, de eterno becario a eterno subvencionado que, aparte del nido educativo, vive casi como el ‘artista del hambre’ del cuento de Kafka. Bajo el signo de la precariedad el artista sigue sufriendo la explotación del mercado del arte y sus condiciones laborales y acaso sospecha que la sindicación ya no es una absurdo. Verdaderamente, una de las maneras más provocativas de proyectar una mirada crítica sobre el capitalismo en refundación es justamente mirar al arte contemporáneo, en el cual todas las nuevas categorías de la explotación son más visibles que nunca.
A este compleja temática se ha acercado la exposición “Intervenciones: Trabajo” en la que siete jóvenes artistas -todavía al borde del trabajo- nos ofrecen su visión sobre el nuevo concepto del trabajo y de su trabajo como artistas. No son visiones de la épica laboral sino aproximaciones conceptuales o instalaciones vinculadas a la experiencia personal. Así, en “Offset Express” June Crespo cuelga sobre una cristalera unas cortinas confeccionadas con las telas multicolores que soportan procesos de impresión, descubriéndonos la insólita belleza del trabajo mecánico. En “Escudo de Murieta”, Lorea Alfaro instala en el propio baño del Kulturgune una inquietante y rigurosa secuencia de autorretratos en el gesto de desvestirse, escenificando el trabajo corporal. Harri Larrumbe, bajo el ominoso título “Me estoy haciendo una tumba”, ironiza sobre la comodidad burguesa amenazada, colgando un sillón de fieltro destripado, un felpudo impracticable o la tienda de campaña del artista indigente -forrada de ofertas de trabajo- en medio de un jardín de piedra zen. Javier Artica nos pinta en “Capital de la cultura” a los groseros reyezuelos del dinero fácil junto al de las ‘trabajadoras del cuerpo’ y coloca sobre una gargantuesca puerta el ojo sin párpado del capitalismo feroz. Amaia Gracia en los delicados dibujos e impresiones sobre papel vegetal de “Materia sostenida” nos abre una vía de escape hacia un mundo traslúcido de ensoñación ártica. Miriam Isasi en “Jornada de bandera”, reconstruye con todo lujo de detalles etnográficos una chabola de trabajadores chinos, trasladándonos al paradójico escenario de la explotación postcomunista de una potencia emergente. El discurso más explícito corresponde a Fermín Díez de Ulzurrun, quien en su instalación “Perverted Systems”, compone con dólares recortados el slogan “Capitalism never happened” y, especialmente, con su proyecto “I.P.A. Indice de Precariedad Artística”, cuya exigua documentación demuestra la insalvable precariedad del artista contemporáneo -una carta, gráficas, seis euros- se convierte en una obra sin concesiones, ni beneficios...
La exposición cuenta con una sección, ‘Intervenciones documentales’, que incluye un área de lectura, con bibliografía, textos o material gráfico y una serie de aportaciones carácter histórico de otros artistas. La instalación de Daniel Resano sobre la agridulce experiencia de “Reciclarte”, efímero refugio del arte joven navarro: una pared de documentación arrugada y manchada de pintura, iluminada por luz negra. La performance de Gonzalo Laborra sobre la construcción de una vivienda de cartón -evocación de una acción reivindicativa en una Bienal de Venecia- con sus tendero de ropa sucia y panfletos contra la industria del reciclaje. O los cuadros y bocetos de la histórica serie “Hombre máquina, hombre máquina” de José Ramón Urtasun, pintor y cartelista comprometido cuyo futurismo pop nos hace atisbar la dureza de la cadena de montaje de los años ochenta, no demasiado diferente al de la actualidad.
La exposición que se desarrolla en el contexto del proyecto “Intervenciones”, toma prácticamente al asalto el Kulturgune del nuevo ayuntamiento de la localidad, explorando sus recovecos y posibilidades, y funciona globalmente también como una intervención crítica sobre el trabajo de artista en Navarra; evidencia por un lado la falta de espacios expositivos y por otro anima a reconvertir estos espacios no habituados al arte contemporáneo en plataformas de exhibición y discusión del arte excluido. Necesitamos proyectos curatoriales alternativos, capaces de reinventar esta lamentable situación y recrear cualquier lugar como laboratorio de conspiración artística y social.
Es posible que el trabajo del artista que no sea dignificado por iniciativas como esta pero quizá recupere algo de la generoso aliento del arte que Enrique Vila Martas defendía en un reciente artículo: “El arte como una contraeconomía invisible, como una economía dionisiaca, una cultura del derroche y del deseo; el arte como una economía artística que acogería "secretamente" nuestra necesidad de escapar de la zarpa estatal y "convertirnos en otros".
Antes de que nos alcanzara la crisis, ya desde finales del siglo XX, el trabajo era un concepto en crisis y transformación. Pero para los creadores también se había convertido en una realidad nueva que les obliga a preguntarse si un creador es también, en todos los sentidos, un ‘trabajador’. El artista como parte de la nueva ‘clase creativa’ (Richard Florida) o, cada vez más, como parte del ‘cognitaridado’ (Franco Berardi). En cualquier caso, el artista contemporáneo sigue constituyendo el sector más desregularizado de nuestra sociedad y, salvo contadas excepciones, de los más precarizados. El artista atrapado un perverso ciclo económico, entre la indigencia y la prostitución, de eterno becario a eterno subvencionado que, aparte del nido educativo, vive casi como el ‘artista del hambre’ del cuento de Kafka. Bajo el signo de la precariedad el artista sigue sufriendo la explotación del mercado del arte y sus condiciones laborales y acaso sospecha que la sindicación ya no es una absurdo. Verdaderamente, una de las maneras más provocativas de proyectar una mirada crítica sobre el capitalismo en refundación es justamente mirar al arte contemporáneo, en el cual todas las nuevas categorías de la explotación son más visibles que nunca.
A este compleja temática se ha acercado la exposición “Intervenciones: Trabajo” en la que siete jóvenes artistas -todavía al borde del trabajo- nos ofrecen su visión sobre el nuevo concepto del trabajo y de su trabajo como artistas. No son visiones de la épica laboral sino aproximaciones conceptuales o instalaciones vinculadas a la experiencia personal. Así, en “Offset Express” June Crespo cuelga sobre una cristalera unas cortinas confeccionadas con las telas multicolores que soportan procesos de impresión, descubriéndonos la insólita belleza del trabajo mecánico. En “Escudo de Murieta”, Lorea Alfaro instala en el propio baño del Kulturgune una inquietante y rigurosa secuencia de autorretratos en el gesto de desvestirse, escenificando el trabajo corporal. Harri Larrumbe, bajo el ominoso título “Me estoy haciendo una tumba”, ironiza sobre la comodidad burguesa amenazada, colgando un sillón de fieltro destripado, un felpudo impracticable o la tienda de campaña del artista indigente -forrada de ofertas de trabajo- en medio de un jardín de piedra zen. Javier Artica nos pinta en “Capital de la cultura” a los groseros reyezuelos del dinero fácil junto al de las ‘trabajadoras del cuerpo’ y coloca sobre una gargantuesca puerta el ojo sin párpado del capitalismo feroz. Amaia Gracia en los delicados dibujos e impresiones sobre papel vegetal de “Materia sostenida” nos abre una vía de escape hacia un mundo traslúcido de ensoñación ártica. Miriam Isasi en “Jornada de bandera”, reconstruye con todo lujo de detalles etnográficos una chabola de trabajadores chinos, trasladándonos al paradójico escenario de la explotación postcomunista de una potencia emergente. El discurso más explícito corresponde a Fermín Díez de Ulzurrun, quien en su instalación “Perverted Systems”, compone con dólares recortados el slogan “Capitalism never happened” y, especialmente, con su proyecto “I.P.A. Indice de Precariedad Artística”, cuya exigua documentación demuestra la insalvable precariedad del artista contemporáneo -una carta, gráficas, seis euros- se convierte en una obra sin concesiones, ni beneficios...
La exposición cuenta con una sección, ‘Intervenciones documentales’, que incluye un área de lectura, con bibliografía, textos o material gráfico y una serie de aportaciones carácter histórico de otros artistas. La instalación de Daniel Resano sobre la agridulce experiencia de “Reciclarte”, efímero refugio del arte joven navarro: una pared de documentación arrugada y manchada de pintura, iluminada por luz negra. La performance de Gonzalo Laborra sobre la construcción de una vivienda de cartón -evocación de una acción reivindicativa en una Bienal de Venecia- con sus tendero de ropa sucia y panfletos contra la industria del reciclaje. O los cuadros y bocetos de la histórica serie “Hombre máquina, hombre máquina” de José Ramón Urtasun, pintor y cartelista comprometido cuyo futurismo pop nos hace atisbar la dureza de la cadena de montaje de los años ochenta, no demasiado diferente al de la actualidad.
La exposición que se desarrolla en el contexto del proyecto “Intervenciones”, toma prácticamente al asalto el Kulturgune del nuevo ayuntamiento de la localidad, explorando sus recovecos y posibilidades, y funciona globalmente también como una intervención crítica sobre el trabajo de artista en Navarra; evidencia por un lado la falta de espacios expositivos y por otro anima a reconvertir estos espacios no habituados al arte contemporáneo en plataformas de exhibición y discusión del arte excluido. Necesitamos proyectos curatoriales alternativos, capaces de reinventar esta lamentable situación y recrear cualquier lugar como laboratorio de conspiración artística y social.
Es posible que el trabajo del artista que no sea dignificado por iniciativas como esta pero quizá recupere algo de la generoso aliento del arte que Enrique Vila Martas defendía en un reciente artículo: “El arte como una contraeconomía invisible, como una economía dionisiaca, una cultura del derroche y del deseo; el arte como una economía artística que acogería "secretamente" nuestra necesidad de escapar de la zarpa estatal y "convertirnos en otros".
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