miércoles, 18 de agosto de 2010

Alternativa soviética



La revisión del verdadero papel de la avant-garde artística en la URSS en una serie de publicaciones recientes nos descubre la fascinación por lo soviético y las paradojas de la esperanza revolucionaria, así como la posibilidad de una imaginaria 'alternativa soviética' en el arte contemporáneo.

Andoni ALONSO e Iñaki ARZOZ

El siempre lúcido pero provocadoramente ambiguo Slavoj Zizek, lanzó hace unos años la provocadora proclama en “Repetir Lenin”: “Repetir Lenin es repetir, no lo que HIZO Lenin, sino lo que NO LOGRÓ HACER, sus oportunidades PERDIDAS.” (Akal, 2004).

¿Pero es que podemos volver, aun bajo esta fórmula paradójica, como “formación teórica subversiva”, a Lenin después del GULAG y la caída del muro de Berlín? Pues al parecer se puede y con gran provecho, a tenor de una serie de publicaciones, curiosamente, sobre el arte de vanguardia soviético o avant-garde (para diferenciarla de la vanguardia política). Su objetivo no es tanto insistir en la conflictiva relación de la avant-garde soviética con el poder sino en el papel desconocido que jugó en el triunfo y el fracaso de la revolución.

El primero y más llamativo de los libros es “Lenin Dadá” (Península, 2008) de Dominique Noguez, donde justamente se propone a Lenin como uno de los padres ocultos del dadaísmo. Se aportan pruebas circunstanciales de la participación de Lenin en su gestación durante su estancia en Zurich: su residencia junto al Cabaret Voltaire, pruebas caligráficas y dibujos sospechosos, el carácter juerguista de la comunidad bolchevique en Suiza, etc. Una sugerencia posible pero improbable que, sin embargo, a un nivel especulativo tiene más sentido cuando se asimila la revolución soviética a una revolución plenamente dadá, nihilista y destructora.

No obstante, esta traviesa interpretación queda relegada por el análisis más profundo del teórico y artista Boris Groys en su demoledora “Obra de arte total Stalin” (Pretextos, 2009). La etapa dadaísta-destructora, con todo su misticismo purificador, en cierta manera correspondería a esa primera etapa heroica que identificamos con Malevich. Etapa que más allá del tópico santificador de la historiografía occidental, queda caracterizada por su pugna elitista con el partido bolchevique por el control de una visión absolutista del futuro y por la búsqueda del poder como “una obra de arte total”, capaz de remodelar enteramente la realidad, y cuyo artífice sería finalmente Stalin, fiel heredero del legado leninista. El dictador, a través de su estricto y directo sometimiento de las artes conseguirá, de manera brutal, cumplir el sueño del arte moderno, aun a costa de la misma avant-garde. Sueño en el cual el realismo socialista staliniano forma parte del discurso vanguardista, como el coherente cumplimiento de sus propósitos en una etapa más avanzada, de carácter propagandístico. Esta interpretación, basada en un conocimiento exhaustivo de los presupuestos ideológicos compartidos por la elites política y artística soviéticas, cuestiona el sueño vanguardista del arte moderno al identificarlo como plataforma de la pesadilla totalitaria. En esta perspectiva crítica también hay que señalar el documentado estudio de Susan Buck-Morss “Mundo soñado y catástrofe. La desaparición de la utopía de masas en el Este y el Oeste” (A. Machado Libros, 2004), en el cual se analizan varios motivos estéticos vanguardistas -la momia de Lenin al metro de Moscú- como encarnación del sueño y la caída de la utopía.

Prueba de la fascinación que sigue ejerciendo ‘lo soviético’ es el libro coordinado por el pintor Carlos García-Alix “Madrid-Moscú” (T Ediciones, 2003); una heteróclita miscelánea del arte e historia sobre ‘Madridgrado’ (Francisco Camba), la capital bajo la influencia soviética durante la guerra civil o la novela de Fogwill “Un guión para Artkino” (Periférica, 2009) acerca de una hilarante y ucrónica Argentina soviética.

Estas y otras revisiones artísticas de lo soviético llegan en un momento de enmienda total del legado leninista-stalinista en el ensayo histórico y, especialmente, en la recuperación de la disidencia literaria de Shalamov, Bulgakov o Grossman. En sus páginas podremos encontrar una visión alternativa de la URSS, de un comunismo de rostro más humano, que pudo ser y no fue, porque su lógica interna era perversa.

Zizek, en su último libro “In Defense of Lost Causes” (Verso, 2007) sigue defendiendo en la figura de otros dictadores como Mao “los grandes momentos emancipatorios” que fracasaron y es preciso recuperar. ‘Repetir Lenin’, es obviamente -más allá del juego especulativo- una operación de alto riesgo, sobre todo, si no la entendemos radicalmente en el sentido de Zizek (contra el propio Zizek), como un anti-Lenin. No podemos caer en el vergonzante equívoco que todavía repite que Stalin traicionó el legado de Lenin (destinado a Trotsky, etc.), cuando en Lenin ya florecía la terrible semilla de Stalin. La epopeya utópica y pseudo-religiosa de la construcción del “hombre nuevo”, en manos de la vanguardia bolchevique como heredera de la avant-garde artística, sólo obtuvo un remedo, el homo sovieticus, un golem autodestructivo. Entonces ¿cómo repetir el (anti)Lenin?; cómo preguntara Lenin: ¿Qué hacer?. Quizá descubrir un horizonte postutópico que no necesite de la revolución sangrienta sino de la rebelión cotidiana, que sustituya la vanguardia elitista por una retaguardia multitudinaria de micro-redes…empezando por crear una alternativa ‘soviética’ ajena al leninismo y a ciertas recuperaciones posmodernas, tanto en el pensamiento como la ficción. En esa tentativa labor un arte contemporáneo comprometido pero liberado de sus quiméricos impulsos totalitarios acaso pueda contribuir de manera significativa.



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