miércoles, 18 de agosto de 2010

El Fake os Hará Libres


El arte del fake o del fraude revelado constituye una apuesta estética arriesgada pero necesaria, paradójicamente, tanto para aligerar el pretencioso status del artista contemporáneo como para destapar la falsedad de una realidad política construida con elaboradas mentiras.

Iñaki ARZOZ

El arte fake, arte del fraude revelado, de lo verdaderamente falso, es el único y virtuoso arte de nuestro tiempo. Un arte paradójico ya que con su juguetona falsedad revela la verdad: que en nuestro mundo mediático todo es falso, excepto lo que se declara como tal…

La historia comenzó con Orson Welles, responsable de uno de los mayores casos de arte fake de todos los tiempos: la retrasmisión radiofónica en 1938 de la novela de H.G. Wells “La guerra de los mundos”, que causó conmoción en la época al ser tomada por una invasión real de los marcianos. Al final de su carrera nos regaló con el programático documental -origen del mockumentary- “F for Fake” (1974) sobre la vida de Elmyr D’ Hory, el célebre falsificador húngaro de arte moderno. “Fraude” (1969) su biografía recientemente reeditada, fue escrita por Clifford Irving, a su vez el autor de la falsa biografía de Howard Hughes, cuyo escándalo refleja la película “La gran estafa” (Lasse Hallström, 2008). Y es que el fake engancha, pero no solo como engaño comercial sino como estrategia estética…

El fake está en la esencia de un arte occidental basado en el trampantojo, pero el concepto contemporáneo de fake va más allá del juego de la representación, pues intenta desvelar la impostura de la identidad del artista; esa rara criatura que existe como apariencia de demiurgo creador o como identidad puramente ficticia. El perverso objetivo del fake quizá sea aligerarla de cierta solemnidad existencial o acaso denunciar a los artistas realmente existentes como constructos historiográficos. Este fue el caso del clásico fake artístico-literario “Jusep Torres Campalans”, la biografía fake de un inexistente pintor cubista de medio pelo que Max Aub inventó -incluidos una serie de dibujos-, como divertimento. Más recientemente, hemos conocido el caso de la biografía fake “Dudá. El arte acrobático de Gavin Twinge” que nos cuenta la jocosa vida de un artista borrachuzo, una suerte de alter ego del autor, el ilustrador Ralph Steadman. Gawin Twinge es el iniciador de un paródico movimiento dadá, llamado dudá -la parodia de la parodia- cuya obsesión es la realización de la formidable instalación “Metafísica de la fontanería francesa”, cuyo proyecto, presentado en el libro, será expuesto nada menos que en la ‘Tute Modern’…

Así es, el festivo artista fake descubre la fragilidad del artista contemporáneo como ridículo impostor: creador de espectaculares naderías, dueño de un verborreico discurso autojustificativo, negligente plagiario de su propia obra, campeón de la pose…lo tenemos perfectamente identificado, a menudo asoma cuando nos miramos en el espejo. El único artista honesto en la actualidad -parece evidenciar el fake- es un personaje deliberado pero confeso, una identidad imaginada, un heterónimo de Pessoa o un complementario machadiano e incluso un colectivo multiforme y activista al estilo de Wu Ming.

El artista, como el autor literario, hace tiempo que ha muerto como propuesta estética radical: solo le queda resucitar como máscara verdadera. Este artista pudiera ser, por ejemplo, el camaleónico Joan Fontcuberta, el fotógrafo travestido de Bin Laden en “Deconstructing Osama” (¿o quizá sea Bin Laden quien se haya disfrazado de Fontcuberta?). Por el contrario, son los artistas con nombre propio, por ejemplo, esos top 100 del arte español que pregonan los medios en la famosa lista, los que quizá no existan sino como logos de empresas de marketing artístico.

Las delirantes escaramuzas artísticas del arte fake no son más que un reflejo de la política involuntariamente fake de nuestro tiempo. Este mundo globalizado, atravesado por la rumorología fake de internet, está dominado por el “storytelling”, el novedoso marketing que contando historias vende productos o políticos, y que solo puede ser contestado con el (contra)fake. Así, al mayor fake político de la historia reciente -la existencia de armas de destrucción masiva en Irak- le corresponde la publicación de una versión fake de “The New York Times” que por un día -un ficticio 4 de julio de 2009-mostró un mundo alternativo que condenaba a juicio al ex-presidente Bush y que, curiosamente, se aproximará bastante al de la era Obama…

Pero el fake es, no nos engañemos, un arma de doble filo; puede aparecer como recurrente fraude antisemita de “Los protocolos de los sabios de Sión”, tal como muestra el reciente libro de Stephen Bronner “Un rumor sobre los judíos” (Laetoli, 2009) o puede ser al artículo kamikaze que el físico Alan Sokal coló en 1996 en “Social Text”, como parodia de la pseudociencia posmoderna…

Por ello, en la era del fake, paradójicamente, solo la revelación, voluntaria o involuntaria del fake, nos descubrirá la verdad de la mentira (o al revés), de Irak a Iruña-Velia. La única opción para el artista contemporáneo es asumir la protección/proyección de una máscara corsaria como identidad y la utilización del verdadero fake revelado, contra el fake mentiroso, aquel que se oculta. El fake de guerrilla está de moda; de las provocaciones televisivas a Teaserland, el festival de falsos trailers; de los bulos de la blogsfera a las gamberradas de los trolls de la Wikipedia, pero solo una masiva estrategia fake, explícitamente subversiva, puede abollar los escudos protectores de la realidad y acaso hacer penetrar el virus de la verdad… No cabe dudaísmo: ¡El fake nos hará libres!

Obviamente, este artículo es puro fake…

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