miércoles, 18 de agosto de 2010

El Arte del Decrecimiento


El decrecimiento es una de las teorías intelectuales más estimulantes e influyentes en estos tiempos de crisis económica y calentamiento global. Su visión activista y comprometida del mundo deriva en una radical visión de arte-vida que puede reforzarse en ciertos aspectos desde las prácticas del arte contemporáneo y contribuir al cambio político.

Andoni ALONSO / Iñaki ARZOZ

A Iván Illich, recuperado pensador inconformista de los 60 le debemos el icono del decrecimiento que sugiere en “La convivencialidad”: el caracol. No tanto por ser emblema de la lentitud como por que su concha representa el límite de lo sostenible, ya que llegado un punto este molusco no añade espirales cada vez más amplias, que le llevarían al colapso biológico, sino que enroscándolas va generando espirales decrecientes. La tierra, nuestra gran concha colectiva, es un planeta finito que del mismo modo, asediado por el calentamiento global, la destrucción medioambiental y la escasez de recursos, para sobrevivir, necesita generar estructuras decrecientes y estrategias decrecentistas.

La teoría del decrecimiento es una revisión del pensamiento ecologista bajo un radical enfoque político-económico, basada en las teorías del matemático y economista Nicholas Georgescu-Roegen y cuya figura más representativa es actualmente el filósofo francés Serge Latouche. Frente a la perspectiva, a medio plazo, de la catástrofe, la hambruna y la guerra, si seguimos empeñados en el modelo desarrollista o en falsos mitos como el ‘desarrollo sostenible’, solo nos queda transitar progresivamente por la vía del decrecimiento hacia un equilibrio planetario entre los recursos disponibles y los consumidos.

El movimiento decrecentista, urgido por la crisis, se extiende rápidamente como una poderoso atractor que puede aportar su programa a todas las familias ideológicas de la izquierda. No es un movimiento cerrado ni una filosofía dogmática, y por ello asume aquellas críticas que pueden espolearlo a consolidar su discurso y afinar sus tácticas. Así, ha de evitar el riesgo de que su apuesta por la vida austera caiga en superficial moralina anti-consumista, cuando sabemos a ciencia cierta que el problema es global y solo puede resolverlo el cambio político de modelo económico y energético. Esto es, exige la convergencia de las prácticas individuales desde una moral de lo público a partir de una revolución participativa y local. Este es el principal atractivo del decrecimiento para el ciudadano: su capacidad de influir políticamente en la sociedad desde el activismo cívico. La mejor manera de contribuir al decrecimiento es que un estilo vital decrecentista, que sustituye el consumo de bienes materiales por bienes convivenciales como la amistad, la cultura o el arte, impulse el cambio político. Algo muy semejante al anhelo vanguardista que propugnaba Beuys, artista verde por excelencia, en el cual una suerte de arte-vida influiría desde nuestras prácticas cotidianas a nuestros compromisos políticos.

En este sentido, el arte contemporáneo con vocación relacional también puede contribuir a enriquecer y extender la visión del decrecimiento, especialmente, a través del trabajo en ciertas áreas y disciplinas.

El espacio heterogéneo de ‘arte y naturaleza’ se está convirtiendo en el aliado natural del decrecimiento desde la denuncia ecologista o de los excesos consumistas como en los festivales del reciclaje (Basurama, Drap Art, etc.) o colectivos como Reciclantes. El tecnoarte en clave de cibercultura libre, desde el software art al net art, también está contribuyendo a la hora de visualizar y divulgar datos vitales como la huella ecológica. Igualmente el eco-cine, de la ficción al documental social con sus tácticas de guerrilla, como los vídeos colgados en YouTube contra el TAV, amplían el eco comunicativo y artivista de campañas decrecentistas. Por otro lado resulta imprescindible el concurso de disciplinas creativas que han asumido una deriva decrecentista. Así, la arquitectura, superada su etapa de high tech esteticista, se inclina por transformar el paradigma funcionalista de la casa como ‘máquina de habitar’ en la casa como motor de energía renovable. O ese diseño industrial a contra corriente centrado en crear transportes o herramientas realmente sostenibles y decrecentistas, como coches eléctricos, bicicletas baratas o pequeños dispositivos basados en la energy harvesting. Incluso un género literario tan secretamente influyente como la ciencia ficción y que ha asumido sin reservas la visión distópica del futuro de John Brunner y el ciberpunk, debe entender la “pedagogía de la catástrofe” (S. Latouche) como la oportunidad de imaginar modelos decrecentistas.

El decrecimiento ha de convertirse en un movimiento vanguardista desarrollado por una retaguardia de creadores y usuarios activos que, frente a su errónea fama primitivista, apueste por el rediseño tecno-político de la vida. Una vida que, basada en el regreso a cierto modelo comunalista y de la mano de la tecnología decrecentista, nos devuelva la vida como un arte pleno, como arte cotidiano del decrecimiento, en un horizonte posibilista de supervivencia. No obstante, la labor prioritaria del arte contemporáneo en estos momentos es, como señala Latouche, contribuir a “descolonizar el imaginario” del posdesarrollo, empezando por las connotaciones negativas del concepto de decrecimiento. Pues decrecer económicamente significa también crecer en un concepto de calidad de vida alternativa: en solidaridad, en éxtasis, en rebeldía…

La lucha por la supervivencia empieza por la batalla creativa de la ficción y la divulgación. La senda del caracol es la senda de la imaginación estratégica.


Mugalari. 24.12.2009


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